domingo, mayo 28, 2023

FELIPE EHRENBERG; TRAFICANTE DE IDEAS


 

FELIPE EHRENBERG; TRAFICANTE DE IDEAS

Santiago Espinosa de los Monteros / Agosto 2017

 

Dedico estas palabras

con todo mi cariño

a Lourdes Hernández, La Bebis

 

Conocí a Felipe hace muchísimos años. No me acuerdo ni en dónde ni de qué manera. Pero cuando vine a darme cuenta, como el dinosaurio de Monterroso, Felipe ya estaba ahí. Y a partir de entonces me di cuenta de que era uno de esos personajes que están todas partes, al mismo tiempo y de distintas maneras. Si abrías el periódico había una nota suya. Si ibas al cine te lo encontrabas actuando. Si te subías a un avión él era uno de los pasajeros. Si asistías a una colectiva de chavos él era uno de los expositores. Si te invitaban a una cena él era uno de los comensales. Si participabas en una asamblea de lo que fuera, él era uno de los ponentes. Si te casabas, él era uno de los testigos de tu boda. Doy fe.

Felipe tenía uno de esos extraños dones que hacen que la persona te caiga bien aunque te esté poniendo como lazo de cochino. Él sabía como nadie dar un zape bien puesto y decirte un par de cosas rudas. Pero luego daba un apapacho y se moría de la risa. Así era él. Y podría decir que así aprendimos a quererlo; sería falso asegurar que ese aprendizaje se dio voluntariamente. Lo aprendimos porque él así era. Es lo que había. Se tomaba el paquete completo o no se tomaba nada.

Para seguir documentando su omnipresencia, traigo a colación la película Cronos dirigida por Guillermo del Toro. El diseño del diario queconserva los secretos del funcionamiento del famoso escarabajo de metal, fue hecho por Felipe Ehrenberg.

Tengo muchísimas historias y recuerdos de Felipe. Sin pretender hacer un follaje de anécdotas, sólo contaré unas cuantas. Yo trabajaba en Caracas, Venezuela. Había sido nombrado Agregado Cultural en esa misión diplomática un par de años antes. Felipe asistió a invitación de instancias locales y de la Embajada de México. Las cosas ya desde entonces estaban revueltas en Venezuela. La inestabilidad política era total. En febrero de 1992 Hugo Chávez intentó por primera vez un golpe de Estado. Fue capturado y puesto preso. Unos meses después, el 27 de Noviembre para ser exacto, Hugo Chávez dirigió desde la prisión un segundo intento de Golpe de Estado, sustancialmente más violento y poderoso que el primero.

Felipe Ehrenberg estaba ahí. En mitad de la refriega y pese al toque de queda nos subimos a mi auto y circulamos por las calles de Caracas llenas de tanquetas, hombres armados, retenes; sólo nos protegían las placas diplomáticas que nos fueron abriendo camino y salvando la vida hasta mi oficina. Ya en ella, desde las ventanas mirábamos las persecuciones de aviones que se disparaban unos a otros balas reales, haciendo de Caracas una especie de letal campo de batalla aérea real y del que fuimos testigos reales.

Todos mirábamos sorprendidos y aterrados detrás de los vulnerables vidrios del edificio. Corríamos de un lado a otro de la oficina buscando los mejores emplazamientos. De pronto notamos la ausencia de Felipe. Conociéndolo, lo primero que temí fue que hubiera salido a la calle a integrarse a algún bando de la lucha armada o a conversar con leales o contras sobre su posición. Felipe no estaba por ninguna parte.

De pronto una secretaria gritó ¡Aquí está! Y nos encontramos a Felipe encerrado en mi oficina. Había tomado cuanto lápiz, plumil, marcadores y todo lo que tuviera tinta para hacer un mural en las paredes ¡junto a mi escritorio!. Así estuvo buen rato mientras por encima de nuestras cabezas se oían los aviones rasantes y en tierra las ráfagas aisladas de armas de fuego.

Se abocó a pintar un divertido mural de calaveras bailarinas, golpistas, aviones humeantes, una ciudad evocada, esqueletos que igual danzaban o que tocaban algún instrumento mientras un avión como los que en ese momento inundaban el cielo de Caracas, era sostenido por una nube, como si con ello se quisiera evitar su avance, congelar su letalidad, fijarlo ahí en el cielo para que nada pudiera hacer en contra de los esqueletos bailarines. Sobre esta escena, colocó el conocido grito de los salones de danzón que llaman al público a la pista: “¡¡Hey Familia!!”

A mi salida de Venezuela unos años después, vi que esa pared se conservara. Era tablaroca, por lo que hubo que emprender un delicado trabajo de recuperación y consolidación para que la pieza quedara como parte del acervo de la Embajada. Desde aquí agradezco al Embajador Antonio de Icaza por el apoyo moral y presupuestal para que eso sucediera.

Y traigo a colación esta historia porque, aunque en realidad sea sólo un atisbo a su personalidad, nos deja ver también el constante actuar de Felipe como ser social, como artista y, en el caso de Venezuela, como una persona de gran influencia en ese país. Tanto es así, que el reconocido artista Carlos Zerpa le dedica un importante espacio en su libro ENVENA que se presentó en México en el año 2009. La selección de intercambios epistolares y recopilación de artículos de Ehrenberg, nos permiten ver a un creador interactuando con sus pares en otras latitudes siempre de manera intensa, nutrida, revisando el día a día de los temas del momento y aventurando reflexiones sobre las diferentes plataformas en las que él siempre se movió: el arte, lo social, lo político.

Felipe mismo fue también años después Agregado Cultural en Brasil. A decir de él mismo y como apunta en una conversación con Guillermo Gómez Peña recogida en el libro Manchuria, ese fue tal vez su performance más largo: “Quizá la pieza más ‘situada’ que yo haya hecho sea la obra El Diplomático, que empecé a construir el 7 de mayo del 2001, cuando llegué a Brasil, y que terminó el 31 de mayo del 2006.” comenta.

Aquí encontramos un claro perfil de Felipe Ehrenberg. Los espacios en los que se desarrolló profesionalmente nunca fueron los condicionantes para marcar su posición. Si había que estar en la diplomacia, como fue el caso de Brasil, pues se estaba sin que el acartonamiento y culifruncidismo de muchas misiones diplomáticas pudiera hacer mella en sus intereses personales. Al poco de estar en Brasil, y paralelo al farragoso y burocrático llenado de informes y consecución de metas trazadas por la Secretaría de Relaciones Exteriores, Felipe había tendido ya una red de complicidades con los pensadores y actores culturales más relevantes, entre ellos, su viejo amigo Gilberto Gil, mítico músico y compositor quien, por azares del destino, era ni más ni menos que el Ministro de Cultura en el entonces esperanzador gobierno de Luiz Inácio Lula Da Silva.

Felipe nunca hizo antesalas en las casas editoriales. Si había que publicar algo, él se convertía en su propio editor. Si había que distribuirlo, él mismo lo hacía de mano en mano. Sin duda los años londinenses de la Beau Geste Press fueron definitivos en este terreno. Y cuando hubieron diferencias con sus cogeneracionales, eran entre otras cosas justamente por su molestia de que dependieran de un mercado, de un coleccionismo, de no saberse mover a tiempo de los reflectores. “Cuevas podría ser el Julio Iglesias de la plástica y yo el Rubén Blades” decía Felipe.

Felipe tendía redes, hacía telarañas invisibles (y visibles también en algún performance temprano), que ponían en contacto a comunidades completas. Recuerdo cuando en 1996 participamos juntos en el festival Telling Stories, Telling Tales en el Banff Center for the Arts, en Alberta, Canadá. Entre los invitados estábamos él, quien ya se encontraba ahí cumpliendo con una residencia, Alberto Ruy Sánchez y Maris Bustamante. A nuestra llegada y durante los primeros minutos de nuestro encuentro fue justamente Felipe quien nos presentaba a personas de diversas partes del mundo, al tiempo que las autoridades del Banff Center se quedaban mirando sin poder ejercer, de acuerdo a protocolos, su labor de anfitriones. Rebasados, optaron por dejar en Felipe el resto no sólo de las presentaciones, sino de algunas explicaciones de la mecánica de trabajo que seguiríamos en los siguientes días.

En esa ocasión, escribimos en los muros de la galería una serie de cartas en las paredes. El trabajo de Felipe estuvo plagado de dibujos, ocurrencias, guiños, humor, maestría. Mientras tanto, la instalación de vaquitas de látex en el jardín afuera de la cafetería, obra de Maris Bustamante, amaneció destrozada por los cuernos de enormes Elks quienes durante la noche intentaron copular con ellas. Las carcajadas de Felipe inundaron Calgary y alrededores.

Para la frontera de México - Estados Unidos, en Tijuana, Felipe concibió una de las piezas más potentes sobre este tema: del lado mexicano, miles de veladoras encendidas. Del lado norteamericano, cientos de linternas alumbrando al vecino del sur.

La influencia de Felipe Ehrenberg ha sido desde hace muchos años definitiva en ya varias generaciones de creadores contemporáneos. Aún sin saberlo, claramente existen dinámicas de trabajo y aproximaciones al hecho creativo que denotan de inmediato un origen que nos lleva, irreductiblemente, a mucho del quehacer de Felipe a lo largo del tiempo. Consciente o no, pero ahí está presente.

En 1971, por ejemplo, Felipe hizo el siguiente esquema para la participación una colectiva en Londres. Ehrenberg escribió:

“CROMOYECTO

Programado para el Festival 71 de Arte, Camden Borugh, Londres.

-Para ser repetido por los vecinos habitantes de los edificios situados alrededor del Festival 71.

-Siendo simplemente un catalizador

-Abriendo la posibilidad a eventos baratos, realizables y divertidos comunalmente.

Materiales:

-Programa de instrucciones será repartido a la vecindad.

-Cápsulas de humo y anilinas de colores.

Procedimiento:

-El día fijado, los vecinos cubrirán todas las ventanas que dan hacia el festival con color (manteles brillantes, batas de color, papel manila, lo que sea)

-Habiendo sido distribuidas las cápsulas de humo, se activarán para que el humo de color salga de las chimeneas u orificios.

-Las anilinas serán distribuidas dentro del Festival para que los visitantes las chorréen, dispersen o gotéen en los terrenos del festival.

COOPERACIÓN COMUNAL CREARÁ UN AMBIENTE EFÍMERO QUE ROMPA LA MONOTONÍA ACOSTUMBRADA.

-Invitamos al público a hacer sugerencias para otros eventos. Éstas serán recogidas en un quiosco dentro del Festival.

Ese mismo año, 1971, el MoMA en Nueva York, en un esfuerzo por darle cabida a las nuevas voces de la creación contemporánea, dedicó un ala de su edificio para contener “lo más reciente del arte contemporáneo”. A este espacio y a lo que sucedería en su interior le llamaron simplemente “Projects”. 22 años después de esta iniciativa del MoMA, en 1993, un mexicano ocuparía ese espacio haciendo con su participación un valioso ejercicio comunitario para involucrar a los vecinos colindantes al museo.

La pieza se llamó “Home Run” y el artista era Gabriel Orozco. Y aunque “Home Run” era parte de una exposición más grande titulada “Projects 41”, Orozco pidió a los ocupantes de los edificios adyacentes al MoMA, como en su momento Felipe lo hizo en Londres con los vecinos cercanos al Festival 71, que colocaran naranjas en sus ventanas, (Felipe pidió manteles brillantes y batas de color), a fin de que el espectador se encontrara con la exposición incluso después de dejar el espacio normalmente definido por el museo. De este modo “Home Run” quebrantó la noción tradicional de la exposición como espacio de visualización y desdibujó, como lo venía haciendo Ehrenberg desde los años sesenta, la línea entre el arte y la vida. Diferentes momentos, distintas intenciones, dinámicas de trabajo disímbolas, pero en el fondo una intención similar.

Felipe logró fusionar en una sola su vida y su obra. Su producción se convirtió casi desde sus inicios en su lenguaje. No me refiero al lenguaje usado para desarrollar su trabajo, me refiero al que le era indispensable para relacionarse con el mundo cotidiano y lo que había en él pasando por países, instituciones, personas, comunidades, colegas… Nos queda claro que Felipe Ehrenberg fue siempre un artista de procesos, más que de productos. Abrió vías. Puso brújulas. Marcó caminos. Dio luces. Parecía disperso; no lo era. Parecía polémico; lo era. Le encantaba su voz; sí, y qué. Y cuando te veía por encima de los anteojos para decirte algo serio, te miraba fijamente a los ojos y lograba ser aterrador. Sucede que Felipe iba siempre por la vida como quien siempre lo sabía todo. Su fórmula era muy sencilla: aunque no lo supiera, lo sabía.

Creo que en el fondo era un gruñón impostado. Sus modales al tratar a los demás marcaban claramente lo que sentía por el otro. A pocos he visto tan cálidos y deferenciales con las personas sencillas. Vendedores ambulantes, camareros, marchantes del mercado, taxistas, artesanos… Había para ellos una montaña de afecto y empatía. Ante los políticos y “encumbrados” víctimas del mareo sobre un ladrillo, esgrimía una elegantísima distancia que marcaba la diferencia de pensamiento y no pocas veces la divergencia de opiniones. Fernando Llanos lo ha dicho muy bien: “Ha sido tachado de ser políticamente incorrecto en su forma, pero será recordado –estoy seguro-, por ser poéticamente correcto en su contenido”.

Felipe Ehrenberg era en realidad un traficante de ideas. Se convirtió en marginal (hoy pomposamente le dirían “Outsider”), por haberse opuesto voluntariamente a los tradicionales circuitos de circulación del arte y a las adustas instituciones acartonadoras más preocupadas por poner a salvo los renglones oficiales que por dar espacio a la vastedad creativa. Si Ehrenberg estaba ahí, ahí había propuesta, impulso. Nada estaba a salvo de sus reflexiones y las estructuras en apariencia más inamovibles se cimbraban con sus cuestionamientos. Él siempre estuvo en el inicio de algo, no siempre sabíamos qué daría comienzo, si una nueva carpeta de gráfica, el diseño de un performance, dibujos eróticos, recopilación de chácharas o una diatriba. Era un perpetuo iniciar de cosas.

Queden estas líneas desordenadas para recordar a Felipe Ehrenberg. Al amigo, al maestro, al cómplice, al exigente, al compañero de viaje, al hospitalario habitante de sus casas. Y ya en un tono personal, gracias Felipe por la respuesta que les diste a mis hijos pequeños cuando te preguntaron por qué te habías pintado así tu mano izquierda, y tú sencillamente les respondiste: ¡Pos porque me gusta que me lo pregunten! Gracias también porque tus dibujos en LA OVEJA NEGRA Y DEMÁS FÁBULAS de Augusto Monterroso en la edición de Martín Casillas Editores, dejó en mis hijos un mundo distinto que tú les ayudaste a construir con tus ilustraciones. Bien sabes Felipe que eras tan inasible como inabarcable. Dígalo si no nuestra presencia en esta mesa. Aquí nos convocaste Felipe. Y aquí nos tienes, reunidos en tu nombre y abrazándonos unos a otros.

Muchas gracias.

 


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