ART NEXUS TEXTO ZERPA
Ahí va el texto para ART NEXUS, beso, Fe
Federica Palomero
La Galería de Arte Ascaso (Las Mercedes, Caracas) presentó del 27 de abril al 1ro de junio de 2008 la exposición “ZZ Carlos Zerpa”, conformada por 64 obras realizadas entre 2004 y 2008 dentro de diversas modalidades y técnicas como el dibujo, la pintura, el ensamblaje, la instalación, el performance y el video.
Ausente durante ocho años de los circuitos expositivos, el artista venezolano Carlos Zerpa (nacido en 1950 en Valencia, estado Carabobo) vuelve ahora haciendo patente no sólo la versatilidad de medios que lo caracterizó desde sus inicios en los años setenta, sino la amplitud de su registro iconográfico así como la frescura y vigencia intactas de un tono que se mueve entre la ironía y la ternura, entre la violencia y la intimidad, sin miedo a una saturación visual muy acertadamente respaldada por la museografía.
El horror vacui manifiesto en la acumulación de objetos, en la fuerza de los colores, y de manera general en una estética asumida desde el barroquismo y el kitsch, se transforma en leitmotiv de la estética zerpiana, aunque no la termina de definir: asimismo habría que mencionar las constantes referencias tanto a la alta cultura (en sus referencias a la historia del arte) como al gusto popular, la presencia de la religiosidad y su corolario de irreverencia, la nostalgia por la infancia dejada atrás, la violencia como plaga social, la intimidad como protección …
Hace unos años declaraba Carlos Zerpa que se había puesto a pintar al descubrir que tendencias como la transvanguardia y el “bad painting” permitían hacerlo sin conocimientos técnicos, sin “dominar” el medio; esta afirmación ha dejado de tener vigencia, pues el conjunto de naturalezas muertas y de pinturas de animales que abre la exposición es prueba de la destreza y soltura adquiridas, tanto que ahora puede decir el artista: ”me siento muy bien pintando. Las manos se me van solas”.
Así es como no duda en hacerse cargo de uno de los temas más tradicionales de la pintura occidental: la naturaleza muerta de flores y frutas, la “mesa servida”. Hay desde luego en esta escogencia una voluntad de asumir como propia esa tradición de la pintura, al tiempo que la convierte en una especie de “Pop tropical” (muy alejado de la frialdad y ausencia de compromiso de un Andy Warhol) donde la herencia europea se tiñe con elementos autóctonos como el brillo de los colores planos (usados en las estampas populares) y los detalles mágico-maravillosos añadidos mediante las escaleras pequeñitas que se apoyan en las cestas y las frutas que se transforman en platillos voladores.
La serie dedicada a los venados evoca desde luego la infancia y su imaginario –nunca están lejos en la poesía zerpiana- así como el gusto popular (otra cercanía) por cierto tipo de temas. Las cornamentas se convierten en vegetación o en un arabesco abstracto. Y el toro picassiano, ya aliviado de su dramatismo, de su “sentimiento trágico”, se convierte en un toro zerpiano, en el que el humor marca las distancias: el artista reivindica una tradición para enseguida subvertirla.
No podían faltar los héroes de lucha libre, pilares del mundo de Zerpa, en los que se concentran la cultura popular, los recuerdos de infancia y el juego de los disfraces.
Esta capacidad de metamorfosis, de mutación más humorística que inquietante, ya entrevista en las pinturas, se hace aún más presente en los ensamblajes, contenidos en cajas, donde los objetos más heteróclitos (el inventario sería interminable, pero señalemos juguetes de piñata, joyas de fantasía, monedas, llaves, cucharas, cuchillos, botones, fichas de dominó, toda clase de baratijas…) van construyendo “retratos” o cruces. Al desorden inicial se sobrepone la organización impuesta por Zerpa, una manera muy suya de oponerse al caos, que ofrece diversos niveles de lectura: en primer lugar las atractivas superficies brillantes, los objetos en sí; luego, el trabajo de ensamblaje, afín a las manualidades, que aquí rompe las fronteras entre la artesanía y el gran arte; seguidamente la combinación de los objetos entre sí que otorga sentido, cuando ya la imagen se va dibujando pero también revela su ambigüedad: rostros o máscaras, imágenes de imágenes procedentes de los registros más variados donde los iconos religiosos comparten con los “punketos”.
La muestra incluye también obras sobre papel, que no son dibujos en sentido estricto, ya que en ellas el artista usa el acrílico, lo que nos recuerda que esta técnica siempre ha sido muy cercana al artista y revela otra faceta: la del trazo veloz que se opone a la paciente labor del ensamblaje.
Entre el nutrido grupo de artistas que surgen en los setenta en Venezuela, unos pocos se erigen ahora como los nuevos maestros que suceden a aquellos de la modernidad, y si duda, Carlos Zerpa, así lo demuestra con esta exposición, es uno de ellos.
Ahí va el texto para ART NEXUS, beso, Fe
Federica Palomero
La Galería de Arte Ascaso (Las Mercedes, Caracas) presentó del 27 de abril al 1ro de junio de 2008 la exposición “ZZ Carlos Zerpa”, conformada por 64 obras realizadas entre 2004 y 2008 dentro de diversas modalidades y técnicas como el dibujo, la pintura, el ensamblaje, la instalación, el performance y el video.
Ausente durante ocho años de los circuitos expositivos, el artista venezolano Carlos Zerpa (nacido en 1950 en Valencia, estado Carabobo) vuelve ahora haciendo patente no sólo la versatilidad de medios que lo caracterizó desde sus inicios en los años setenta, sino la amplitud de su registro iconográfico así como la frescura y vigencia intactas de un tono que se mueve entre la ironía y la ternura, entre la violencia y la intimidad, sin miedo a una saturación visual muy acertadamente respaldada por la museografía.
El horror vacui manifiesto en la acumulación de objetos, en la fuerza de los colores, y de manera general en una estética asumida desde el barroquismo y el kitsch, se transforma en leitmotiv de la estética zerpiana, aunque no la termina de definir: asimismo habría que mencionar las constantes referencias tanto a la alta cultura (en sus referencias a la historia del arte) como al gusto popular, la presencia de la religiosidad y su corolario de irreverencia, la nostalgia por la infancia dejada atrás, la violencia como plaga social, la intimidad como protección …
Hace unos años declaraba Carlos Zerpa que se había puesto a pintar al descubrir que tendencias como la transvanguardia y el “bad painting” permitían hacerlo sin conocimientos técnicos, sin “dominar” el medio; esta afirmación ha dejado de tener vigencia, pues el conjunto de naturalezas muertas y de pinturas de animales que abre la exposición es prueba de la destreza y soltura adquiridas, tanto que ahora puede decir el artista: ”me siento muy bien pintando. Las manos se me van solas”.
Así es como no duda en hacerse cargo de uno de los temas más tradicionales de la pintura occidental: la naturaleza muerta de flores y frutas, la “mesa servida”. Hay desde luego en esta escogencia una voluntad de asumir como propia esa tradición de la pintura, al tiempo que la convierte en una especie de “Pop tropical” (muy alejado de la frialdad y ausencia de compromiso de un Andy Warhol) donde la herencia europea se tiñe con elementos autóctonos como el brillo de los colores planos (usados en las estampas populares) y los detalles mágico-maravillosos añadidos mediante las escaleras pequeñitas que se apoyan en las cestas y las frutas que se transforman en platillos voladores.
La serie dedicada a los venados evoca desde luego la infancia y su imaginario –nunca están lejos en la poesía zerpiana- así como el gusto popular (otra cercanía) por cierto tipo de temas. Las cornamentas se convierten en vegetación o en un arabesco abstracto. Y el toro picassiano, ya aliviado de su dramatismo, de su “sentimiento trágico”, se convierte en un toro zerpiano, en el que el humor marca las distancias: el artista reivindica una tradición para enseguida subvertirla.
No podían faltar los héroes de lucha libre, pilares del mundo de Zerpa, en los que se concentran la cultura popular, los recuerdos de infancia y el juego de los disfraces.
Esta capacidad de metamorfosis, de mutación más humorística que inquietante, ya entrevista en las pinturas, se hace aún más presente en los ensamblajes, contenidos en cajas, donde los objetos más heteróclitos (el inventario sería interminable, pero señalemos juguetes de piñata, joyas de fantasía, monedas, llaves, cucharas, cuchillos, botones, fichas de dominó, toda clase de baratijas…) van construyendo “retratos” o cruces. Al desorden inicial se sobrepone la organización impuesta por Zerpa, una manera muy suya de oponerse al caos, que ofrece diversos niveles de lectura: en primer lugar las atractivas superficies brillantes, los objetos en sí; luego, el trabajo de ensamblaje, afín a las manualidades, que aquí rompe las fronteras entre la artesanía y el gran arte; seguidamente la combinación de los objetos entre sí que otorga sentido, cuando ya la imagen se va dibujando pero también revela su ambigüedad: rostros o máscaras, imágenes de imágenes procedentes de los registros más variados donde los iconos religiosos comparten con los “punketos”.
La muestra incluye también obras sobre papel, que no son dibujos en sentido estricto, ya que en ellas el artista usa el acrílico, lo que nos recuerda que esta técnica siempre ha sido muy cercana al artista y revela otra faceta: la del trazo veloz que se opone a la paciente labor del ensamblaje.
Entre el nutrido grupo de artistas que surgen en los setenta en Venezuela, unos pocos se erigen ahora como los nuevos maestros que suceden a aquellos de la modernidad, y si duda, Carlos Zerpa, así lo demuestra con esta exposición, es uno de ellos.
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