EL TORITO CUERNOS DE FUEGO
Carlos Zerpa
Mi mamá dice que los champiñones que venden en el supermercado no son hongos, que son artificiales, me dice mi amigo Beto mientras comemos en su casa de Mitla en México. Esta sopa que te estás tomando está hecha con hongos que nosotros mismos vamos a recoger en esa montaña sagrada que ves al frente, vamos toda la familia una vez al año y los guardamos congelados para usarlos durante los 12 meses restantes, estos hongos nosotros los Zapotecos, los llamamos B-E.
Con el almuerzo aparte de la deliciosa sopa, también comimos guajolote en un mole amarillo de chiles, tortillas caseras de maíz y tomamos una jarra de agua de hojas machacadas de limón.
Terminamos de almorzar y mientras nos tomábamos un buen Mezcal reposado nos sentamos en el piso un rato a reposar el almuerzo y a ver la bella y majestuosa montaña frente a nosotros.
Le comenté a Beto que veía a los pies de la montaña unas grandes rocas moradas, casi de color púrpura… Entonces mi amigo sonriendo me dijo que no todo el mundo podía ver el color de esas piedras, pero que si tenían tonos violetas, que en esa misma montaña hay una catarata petrificada que pocos conocen llenas a sus pies de piedras moradas… y que me iba a contar la historia de esas grandes piedras violetas porque eran en verdad portales.
Dentro de esa montaña vive mucha gente en un universo paralelo, muchos de los habitantes del pueblo que desaparecieron misteriosamente viven adentro, así como también muchos de los que murieron pueden ser encontrados allí.
El señor González era muy querido en el pueblo pero la gente decía que estaba un poco loco, que hablaba con extraterrestres, que veía fantasmas y hablaba de cosas raras; él aseguraba que podía entrar a la montaña por medio de la roca morada, que había sido escogido y por eso le revelaban cosas y adentro de esa montaña aprendía cosas.
El caso era que González salía una mañana, por arte de magia desaparecía, aunque removieran cielo y tierra nadie podía dar con él y cuando la familia lo volvía a ver era una semana después, entonces él respondía que no se había ausentado una semana si no una sola tarde o por el contrario decía que se había pasado todo un año dentro de la montaña y solo había desaparecido una hora.
Un compañero de infancia y juventud de Gonzales era Manuel Fernández, se había hecho poderoso y ganadero, rico y hacendado, un vaquero que ostentaba sus botas de piel de serpiente cascabel, su sombrero de cowboy y el dominio de su caballo blanco sobre el cual se paseaba por el pueblo pavoneándose y luciéndose con las muchachas.
Fernández desde su caballo, en medio de la plaza, frente a la iglesia y delante de casi todo el pueblo le dijo a González con una sonrisa cabrona en los labios y con voz altanera que era un mentiroso, que se la pasaba de vago sin hacer nada e inventando esa sarta de chingaderas para engañar a su gente; a lo que González le respondió con un reto directo: “A ver tu que te la das de chingón y de ser el compadre mas padre de Mitla, a ver si te atreves y vienes conmigo dentro de la montaña para que se te quite lo valentón, pinche mamón”.
Y así fue, al día siguiente a las cinco de la madrugada, los dos amigos, los dos hombres caminaron solos hasta el pie de la montaña, se detuvieron frente a la gran roca púrpura y pusieron las palmas de sus manos izquierdas sobre la fría piedra, permanecieron en silencio y zassssssss!!!! La roca se abrió en dos, una fuerte luz como de reflectores salió de adentro de la montaña y sin dar un paso ya estaban adentro de ella en medio de un largo zumbido.
Dentro el sonido era como de música y había muchísima gente esperándolos, Manuel reconoció el rostro de muchos de los que antes habitaban en el pueblo que lo saludaban y que habían desaparecido, muchas niñas correteando felices que eran como gueras y de otra raza, parientes que habían fallecido y hombres flacos y largos que le sonreían.
Paseó la vista sin pronunciar palabra con su mano derecha en la cacha de su revólver Colt 45, cuando vio sobre una piedra plana y morada un furioso toro enorme, de color negro, que en vez de cuernos tenia fuego o más bien que sus cachos eran de candela, el cual estaba sujetado del cuello por una soga que no era soga, una cuerda elaborada por más de 30 serpientes cascabel que unas a las otras mordían, se sujetaban a sus colas y formaban una soga.
González le dijo a Fernández que ya que él era el rey del rodeo, quesi era valiente como Jorge Negrete, que se montara en el toro a ver si lo domaba y así lo hizo.
De pronto se montó y sintió que sus piernas se fundían con el toro y estaba como pegado, como soldado, adherido al animal, un frio intenso le calaba los huesos mientras se sujetaba a los pelos del cuello del toro y su boca permanecía en rictus, un humo morado lo envolvía, el cielo lleno de estrellas sobre su cabeza cual viaje galáctico lo envolvía mientras viajaba de un espacio a otro. Era como si desapareciera en un lugar y apreciara en otro, estaba dentro de la montaña y de pronto encima de ella, cabalgando en medio del rio, montaña arriba corriendo, derribando árboles y de prono parados sobre una roca a kilómetros del lugar, de una plaza de un pueblo a otra plaza, de un mercado popular a una feria de etnias, de Monte Albán a Oaxaca, de Zaachila a Cuilapan, de Mitla a Zegache… Estaba paralizado del miedo y el estupor, los cuernos de fuego del animal alumbraban el paso, el olor fuerte de la piel del toro se le metía por las fosas nasales como si fuese cuerno de ciervo, las botas de serpiente desaparecieron y sus pies deslazos sentían la tierra, el agua, las hiervas al paso del animal, sitió como cuchillos helados clavándoseles en el pecho y cuando abrió los ojos estaba acostado en el patio de su casa mirando las estrellas.
Del señor González no se supo más, dicen que se quedó a vivir para siempre dentro de la montaña.
De Manuel Fernández la gente decía que algo le había pasado en esa montaña aquella madrugada, pues ya no salía de su casa, ni se paseaba en su caballo blanco, ni cortejaba a las muchachas en la plaza.
Caminaba pensativo, cabizbajo en silencio dando vueltas y vueltas por su hacienda sin hablar con nadie, ya no usaba botas si no guaraches, comía poco y se encerraba en su cuarto antes del anochecer para salir ya entrada la mañana cuando había sol.
Su cabello ya no era negro y enchinado si no liso y surcado de canas.
El once de octubre de ese mismo año a las 4 de la madrugada despertó con sobresalto, un fuerte olor a almizcle se le coló por las fosas nasales, miró por su ventana y vio al gran toro negro de cuernos flamígeros que pastaba en su patio, el animal también lo miró a él y prácticamente le calvó la mirada.
Dice Bartolo, el caporal de la hacienda que vio como su patrón se montó muy de mañanita sobre un toro enorme y que saltó el cercado de la casa sobre el animal para irse a todo galope hacia la montaña zapoteca.
Nunca más se supo de Fernández, fue como si se lo tragó la tierra o más bien la montaña.
Al toro si le han visto algunos en las madrugadas, en medio de la neblina cuando se aproxima el mes de diciembre, caminando por las faldas de la montaña o parado inmóvil sobre la enorme roca morada, pero nadie se le acerca, sabes… por respeto al gran Toro Bravo, al “Yuuse Nadushu”.
Carlos Zerpa
Mi mamá dice que los champiñones que venden en el supermercado no son hongos, que son artificiales, me dice mi amigo Beto mientras comemos en su casa de Mitla en México. Esta sopa que te estás tomando está hecha con hongos que nosotros mismos vamos a recoger en esa montaña sagrada que ves al frente, vamos toda la familia una vez al año y los guardamos congelados para usarlos durante los 12 meses restantes, estos hongos nosotros los Zapotecos, los llamamos B-E.
Con el almuerzo aparte de la deliciosa sopa, también comimos guajolote en un mole amarillo de chiles, tortillas caseras de maíz y tomamos una jarra de agua de hojas machacadas de limón.
Terminamos de almorzar y mientras nos tomábamos un buen Mezcal reposado nos sentamos en el piso un rato a reposar el almuerzo y a ver la bella y majestuosa montaña frente a nosotros.
Le comenté a Beto que veía a los pies de la montaña unas grandes rocas moradas, casi de color púrpura… Entonces mi amigo sonriendo me dijo que no todo el mundo podía ver el color de esas piedras, pero que si tenían tonos violetas, que en esa misma montaña hay una catarata petrificada que pocos conocen llenas a sus pies de piedras moradas… y que me iba a contar la historia de esas grandes piedras violetas porque eran en verdad portales.
Dentro de esa montaña vive mucha gente en un universo paralelo, muchos de los habitantes del pueblo que desaparecieron misteriosamente viven adentro, así como también muchos de los que murieron pueden ser encontrados allí.
El señor González era muy querido en el pueblo pero la gente decía que estaba un poco loco, que hablaba con extraterrestres, que veía fantasmas y hablaba de cosas raras; él aseguraba que podía entrar a la montaña por medio de la roca morada, que había sido escogido y por eso le revelaban cosas y adentro de esa montaña aprendía cosas.
El caso era que González salía una mañana, por arte de magia desaparecía, aunque removieran cielo y tierra nadie podía dar con él y cuando la familia lo volvía a ver era una semana después, entonces él respondía que no se había ausentado una semana si no una sola tarde o por el contrario decía que se había pasado todo un año dentro de la montaña y solo había desaparecido una hora.
Un compañero de infancia y juventud de Gonzales era Manuel Fernández, se había hecho poderoso y ganadero, rico y hacendado, un vaquero que ostentaba sus botas de piel de serpiente cascabel, su sombrero de cowboy y el dominio de su caballo blanco sobre el cual se paseaba por el pueblo pavoneándose y luciéndose con las muchachas.
Fernández desde su caballo, en medio de la plaza, frente a la iglesia y delante de casi todo el pueblo le dijo a González con una sonrisa cabrona en los labios y con voz altanera que era un mentiroso, que se la pasaba de vago sin hacer nada e inventando esa sarta de chingaderas para engañar a su gente; a lo que González le respondió con un reto directo: “A ver tu que te la das de chingón y de ser el compadre mas padre de Mitla, a ver si te atreves y vienes conmigo dentro de la montaña para que se te quite lo valentón, pinche mamón”.
Y así fue, al día siguiente a las cinco de la madrugada, los dos amigos, los dos hombres caminaron solos hasta el pie de la montaña, se detuvieron frente a la gran roca púrpura y pusieron las palmas de sus manos izquierdas sobre la fría piedra, permanecieron en silencio y zassssssss!!!! La roca se abrió en dos, una fuerte luz como de reflectores salió de adentro de la montaña y sin dar un paso ya estaban adentro de ella en medio de un largo zumbido.
Dentro el sonido era como de música y había muchísima gente esperándolos, Manuel reconoció el rostro de muchos de los que antes habitaban en el pueblo que lo saludaban y que habían desaparecido, muchas niñas correteando felices que eran como gueras y de otra raza, parientes que habían fallecido y hombres flacos y largos que le sonreían.
Paseó la vista sin pronunciar palabra con su mano derecha en la cacha de su revólver Colt 45, cuando vio sobre una piedra plana y morada un furioso toro enorme, de color negro, que en vez de cuernos tenia fuego o más bien que sus cachos eran de candela, el cual estaba sujetado del cuello por una soga que no era soga, una cuerda elaborada por más de 30 serpientes cascabel que unas a las otras mordían, se sujetaban a sus colas y formaban una soga.
González le dijo a Fernández que ya que él era el rey del rodeo, quesi era valiente como Jorge Negrete, que se montara en el toro a ver si lo domaba y así lo hizo.
De pronto se montó y sintió que sus piernas se fundían con el toro y estaba como pegado, como soldado, adherido al animal, un frio intenso le calaba los huesos mientras se sujetaba a los pelos del cuello del toro y su boca permanecía en rictus, un humo morado lo envolvía, el cielo lleno de estrellas sobre su cabeza cual viaje galáctico lo envolvía mientras viajaba de un espacio a otro. Era como si desapareciera en un lugar y apreciara en otro, estaba dentro de la montaña y de pronto encima de ella, cabalgando en medio del rio, montaña arriba corriendo, derribando árboles y de prono parados sobre una roca a kilómetros del lugar, de una plaza de un pueblo a otra plaza, de un mercado popular a una feria de etnias, de Monte Albán a Oaxaca, de Zaachila a Cuilapan, de Mitla a Zegache… Estaba paralizado del miedo y el estupor, los cuernos de fuego del animal alumbraban el paso, el olor fuerte de la piel del toro se le metía por las fosas nasales como si fuese cuerno de ciervo, las botas de serpiente desaparecieron y sus pies deslazos sentían la tierra, el agua, las hiervas al paso del animal, sitió como cuchillos helados clavándoseles en el pecho y cuando abrió los ojos estaba acostado en el patio de su casa mirando las estrellas.
Del señor González no se supo más, dicen que se quedó a vivir para siempre dentro de la montaña.
De Manuel Fernández la gente decía que algo le había pasado en esa montaña aquella madrugada, pues ya no salía de su casa, ni se paseaba en su caballo blanco, ni cortejaba a las muchachas en la plaza.
Caminaba pensativo, cabizbajo en silencio dando vueltas y vueltas por su hacienda sin hablar con nadie, ya no usaba botas si no guaraches, comía poco y se encerraba en su cuarto antes del anochecer para salir ya entrada la mañana cuando había sol.
Su cabello ya no era negro y enchinado si no liso y surcado de canas.
El once de octubre de ese mismo año a las 4 de la madrugada despertó con sobresalto, un fuerte olor a almizcle se le coló por las fosas nasales, miró por su ventana y vio al gran toro negro de cuernos flamígeros que pastaba en su patio, el animal también lo miró a él y prácticamente le calvó la mirada.
Dice Bartolo, el caporal de la hacienda que vio como su patrón se montó muy de mañanita sobre un toro enorme y que saltó el cercado de la casa sobre el animal para irse a todo galope hacia la montaña zapoteca.
Nunca más se supo de Fernández, fue como si se lo tragó la tierra o más bien la montaña.
Al toro si le han visto algunos en las madrugadas, en medio de la neblina cuando se aproxima el mes de diciembre, caminando por las faldas de la montaña o parado inmóvil sobre la enorme roca morada, pero nadie se le acerca, sabes… por respeto al gran Toro Bravo, al “Yuuse Nadushu”.
Quiero atravesar el Portal de piedras púrpura y apagar el fuego al toro. Luego soltar las serpientes y bailar flamenco entre ellas.
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