Diario, Sol de Margarita
Ínsulas
Extrañas
El
trazo libre de Carlos Zerpa
Ojalá
este baño de contemporaneidad plástica nos sirva como modelo orientador para
dejar atrás convenciones que debemos enterrar.
Antonio
López Ortega / alopezo@cantv.net
3 oct, 2012 |
Desde el pasado domingo 30 de septiembre, en el Museo
Narváez, tenemos la oportunidad de ver una magnífica y representativa muestra
del artista Carlos Zerpa, quizás uno de los informalistas más voluntariosos que
hayamos tenido desde los años 80. Se recuerda todavía la feroz toma cromática
de los espacios del MBA de Caracas, a finales de aquella década prodigiosa, con
su exposición “Grrrr”, verdadero canto animal de rostros, instalaciones, alas
de cuchillos y otras innovaciones.
Una obra destemplada, contestaria, ajena a la armonía,
llegaba para quedarse y para dar cuenta de que los espíritus alterados, más
propios de la moderna condición urbana y del detritus, nos representaban más
que abstracciones o espejismos geométricos. Hay en Zerpa un diálogo entre
modernidad y tradición (sus famosos escaparetes de imágenes y objetos tan
diversos, característicos de las viejas bodegas o de las casas de las abuelas)
que ya quisieran otros artistas contemporáneos.
Pero se me antoja que una de las lecciones mayores que la
muestra de Zerpa podría ejercer es de cara a los jóvenes artistas
neoespartanos, faltos de referencias contemporáneas y de lenguajes más osados.
La minuciosidad de sus instalaciones, el número y variedad de materiales (muy
pocos de ellos propiamente plásticos), la facilidad para delinear rostros con
botones, tijeras o lentejuelas, son testimonio vivo de que el hecho plástico
hace tiempo abandonó sus herramientas tradicionales y se abocó a incorporar
prácticamente cualquier material que al ojo del artista tenga poder
significativo.
La serie de santos, por ejemplo, recuperando la larga
tradición plástica de imágenes religiosas, es una reescritura de lo mucho que
se puede hacer cuando el ingenio y la formación cultural van de la mano. Zerpa
ha masticado el legado del pop y lo ha vuelto papilla para los sentidos.
Ojalá este baño de contemporaneidad plástica nos sirva
como modelo orientador para dejar atrás convenciones que debemos enterrar. El
arte no tiene por qué revivir huellas ni repetirse, sino más bien avanzar en
nuevos campos de significación. Y la obra de Zerpa, cosmopolita como pocas,
tiene el cuidado de no abandonar referentes nuestros que son muy propios de las
culturas populares. Con los mismos componentes semánticos con los que se compone
un bodegón, se puede construir una obra viva, actual, vanguardista.
La diferencia finalmente radica en cómo queremos
relacionarnos con la realidad: porque hay quienes sólo la quieren ver para
imitarla y otros para trasponerla. Ya es hora de que el reino de la
subjetividad entre en materia.
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