CASI UN ÁNGEL EXTERMINADOR
Carlos Zerpa
Al entrar a la habitación vi al grandulón que estaba de pie mirando por la ventana, con la mirada perdida en el espacio.
Era alto, muy alto y fornido, un teutón, una masa de músculos recubierta por un holgado “over all” azul, de mecánico.
En su mano derecha empuñaba una gran “Llave inglesa roja” la llave inglesa más grande que había visto en mi vida…. De hecho él la utilizaba como si fuese un mazo, como martillo. Se me pareció a Thor.
Yo estaba en ese lugar contratado para buscar y eliminar a cuatro sujetos, cuatro terribles criminales que mantenían en jaque a la ciudad y que se encontraban en ese momento refugiados en un viejo edificio justo al frente de donde estábamos nosotros.
Yo tenía la venia de la policía, me dejarían actuar, me dejarían hacer el trabajo de sacar de este mundo a estos cuatro sujetos de una manera rápida y limpia.
En mis manos estaba esa responsabilidad, la policía no quería involucrarse para evitar el tener que apresarlos y llevarlos detenidos. Todos querían que ellos fuesen eliminados… extirpados de raíz.
Al instante saqué una caja de madera de ébano, en donde traía mi afilado cuchillo de acero inoxidable que de verdad cortaba un pelo en el aire… Era un “Randall Attack" un arma blanca de combate hecho a mano, un verdadero desafío a la geometría, amolado en los biseles y en donde se combinaban las líneas ligeramente curvas de filo y lomo, con las graciosas ondas de los planos laterales de la hoja. Como pueden darse cuenta, yo amaba y sigo amando a ese cuchillo que me ha acompañado en tantas aventuras y que me ha ayudado a enviar al otro mundo a tantos asesinos.
Con el cuchillo en mano salgo de la habitación y veo que el hombre musculoso con la llave inglesa ya no se encuentra mirando por la ventana ni en ningún lugar del cuarto… Pregunto por él y nadie sabe a dónde se ha ido, solo saben que trabaja como conserje y plomero en la escuela “Cristo Rey”, que nunca pronuncia palabras, que había venido a acomodar una fuga de agua en el baño, que era un buen hombre, más bien tímido, ensimismado y que se siente como un vengador anónimo a causa de tantos suplementos y tebeos de superhéroes que lee. Todos a él lo llaman “El Oso Otto”.
Ya me dispongo a penetrar sigilosamente en el edificio del frente y muy despacio subo por las escaleras de incendio. Al llegar a la primera habitación me encuentro en el medio de la recámara a un hombre muerto, boca abajo en el piso, casi flotando en un inmenso charco de sangre… su cabeza está literalmente aplastada, se ve que no tuvo tiempo de desenfundar su pistola.
Subo por las escaleras centrales poco a poco y en completo silencio, escucho un sonido en el baño de la habitación principal y entro empuñando mi “Randall”, sé que el primer encuentro de combate está cerca, abro la puerta del baño y me encuentro el cuerpo de un hombre desnudo dentro de la bañera, en la tina llena de agua y espuma, con media cabeza destrozada… Los sesos, los pelos y la sangre pintaban las blancas baldosas del baño como si se tratara de una pintura de “Pollock”. Estoy consternado.
He estudiado los planos que me suministró el departamento científico de la policía secreta, sé exactamente donde queda el cuarto en donde se aposta el francotirador y vigilante, sé dónde queda el cuarto que funge de oficina en donde está el jefe, en donde hace y recibe sus llamadas por el “Blackberry”.
Voy primero por el tercer hombre, ya que los otros dos ya están bien muertos con sus respectivas cabezas aplastadas, voy a encontrarme con el francotirador intentando sorprenderlo mientras vigila desde su ventana con su rifle de mira telescópica. Salgo por la ventana de un cuarto, camino por la cornisa y cuidadosamente entro por la ventana del baño como un “Beatle” cualquiera, entro cautelosamente a la habitación y me dirijo hacia la ventana, en donde efectivamente se encuentra el malhechor con su rifle… Pero lo encuentro ya muerto con la cara completamente desfigurada, de hecho era un ser sin rostro, sin nariz, boca ni ojos, toda la cara se le había convertido en una misma masa fruto de un fuerte impacto; No había nada que hacer, ya era un fiambre.
Corro a toda velocidad hacia la oficina, ya no me importa que sepan que voy al encuentro con el jefe, trataré de evitar sus balas, tratare de cortarle el cuello con mi afilado cuchillo, intentaré por todas las maneras posibles de enfrentarme a ese energúmeno cara a cara y de mandarlo a los mismísimos infiernos.
Abro de un golpe la puerta principal, de una fuerte patada casi la derrumbo, pero veo que he llegado tarde, en el piso hay tres hombres muertos con el cráneo destrozado, comprendo de inmediato que no eran cuatro si no que eran seis los individuos que como cucarachas se alojaban en este lugar, deduzco quien era el jefe al ver su celular aún sostenido en su mano izquierda, todos ellos no tuvieron tiempo de desenfundar sus nueve milímetros, fueron sorprendidos por un torbellino, por una gran ballena, por una tromba marina, por un “Coloso de Rodas”, por “La Mole”…. Todo es un amasijo de sangre y masa encefálica, el fuerte olor es repugnante.
Me retiro, envaino mi cuchillo y me lo coloco en el cinturón, en la parte atrás de mi espalda y debajo de la camisa, salgo a la calle por la puerta de atrás como si nada hubiese sucedido.
Al rato la policía y los reporteros entraban al lugar y no daban crédito a sus ojos, no podían creer como toda la célula delictiva había sido aniquilada, como el peligro había pasado, como estos individuos ya no molestarían más a los ciudadanos honestos.
Al entrar en el edificio del frente a buscar mis cosas, me recibieron con un gran aplauso y unas palmaditas en el hombro, muchas caras de agradecimiento, mucho respeto, un tanto de distancia y un abultado sobre de manila lleno de billetes de alta denominación. Son tres de ellos con lentes oscuros quienes me escoltan al aeropuerto.
En estos momentos voy en mi asiento de avión rumbo a casa, muy afligido pues nunca había tenido una experiencia como esta, voy a casa dándole y dándole vueltas a la cabeza como la mujer del “exorcista”, pensando en “El Oso Otto” y su roja “Llave Inglesa”.
Carlos Zerpa
Al entrar a la habitación vi al grandulón que estaba de pie mirando por la ventana, con la mirada perdida en el espacio.
Era alto, muy alto y fornido, un teutón, una masa de músculos recubierta por un holgado “over all” azul, de mecánico.
En su mano derecha empuñaba una gran “Llave inglesa roja” la llave inglesa más grande que había visto en mi vida…. De hecho él la utilizaba como si fuese un mazo, como martillo. Se me pareció a Thor.
Yo estaba en ese lugar contratado para buscar y eliminar a cuatro sujetos, cuatro terribles criminales que mantenían en jaque a la ciudad y que se encontraban en ese momento refugiados en un viejo edificio justo al frente de donde estábamos nosotros.
Yo tenía la venia de la policía, me dejarían actuar, me dejarían hacer el trabajo de sacar de este mundo a estos cuatro sujetos de una manera rápida y limpia.
En mis manos estaba esa responsabilidad, la policía no quería involucrarse para evitar el tener que apresarlos y llevarlos detenidos. Todos querían que ellos fuesen eliminados… extirpados de raíz.
Al instante saqué una caja de madera de ébano, en donde traía mi afilado cuchillo de acero inoxidable que de verdad cortaba un pelo en el aire… Era un “Randall Attack" un arma blanca de combate hecho a mano, un verdadero desafío a la geometría, amolado en los biseles y en donde se combinaban las líneas ligeramente curvas de filo y lomo, con las graciosas ondas de los planos laterales de la hoja. Como pueden darse cuenta, yo amaba y sigo amando a ese cuchillo que me ha acompañado en tantas aventuras y que me ha ayudado a enviar al otro mundo a tantos asesinos.
Con el cuchillo en mano salgo de la habitación y veo que el hombre musculoso con la llave inglesa ya no se encuentra mirando por la ventana ni en ningún lugar del cuarto… Pregunto por él y nadie sabe a dónde se ha ido, solo saben que trabaja como conserje y plomero en la escuela “Cristo Rey”, que nunca pronuncia palabras, que había venido a acomodar una fuga de agua en el baño, que era un buen hombre, más bien tímido, ensimismado y que se siente como un vengador anónimo a causa de tantos suplementos y tebeos de superhéroes que lee. Todos a él lo llaman “El Oso Otto”.
Ya me dispongo a penetrar sigilosamente en el edificio del frente y muy despacio subo por las escaleras de incendio. Al llegar a la primera habitación me encuentro en el medio de la recámara a un hombre muerto, boca abajo en el piso, casi flotando en un inmenso charco de sangre… su cabeza está literalmente aplastada, se ve que no tuvo tiempo de desenfundar su pistola.
Subo por las escaleras centrales poco a poco y en completo silencio, escucho un sonido en el baño de la habitación principal y entro empuñando mi “Randall”, sé que el primer encuentro de combate está cerca, abro la puerta del baño y me encuentro el cuerpo de un hombre desnudo dentro de la bañera, en la tina llena de agua y espuma, con media cabeza destrozada… Los sesos, los pelos y la sangre pintaban las blancas baldosas del baño como si se tratara de una pintura de “Pollock”. Estoy consternado.
He estudiado los planos que me suministró el departamento científico de la policía secreta, sé exactamente donde queda el cuarto en donde se aposta el francotirador y vigilante, sé dónde queda el cuarto que funge de oficina en donde está el jefe, en donde hace y recibe sus llamadas por el “Blackberry”.
Voy primero por el tercer hombre, ya que los otros dos ya están bien muertos con sus respectivas cabezas aplastadas, voy a encontrarme con el francotirador intentando sorprenderlo mientras vigila desde su ventana con su rifle de mira telescópica. Salgo por la ventana de un cuarto, camino por la cornisa y cuidadosamente entro por la ventana del baño como un “Beatle” cualquiera, entro cautelosamente a la habitación y me dirijo hacia la ventana, en donde efectivamente se encuentra el malhechor con su rifle… Pero lo encuentro ya muerto con la cara completamente desfigurada, de hecho era un ser sin rostro, sin nariz, boca ni ojos, toda la cara se le había convertido en una misma masa fruto de un fuerte impacto; No había nada que hacer, ya era un fiambre.
Corro a toda velocidad hacia la oficina, ya no me importa que sepan que voy al encuentro con el jefe, trataré de evitar sus balas, tratare de cortarle el cuello con mi afilado cuchillo, intentaré por todas las maneras posibles de enfrentarme a ese energúmeno cara a cara y de mandarlo a los mismísimos infiernos.
Abro de un golpe la puerta principal, de una fuerte patada casi la derrumbo, pero veo que he llegado tarde, en el piso hay tres hombres muertos con el cráneo destrozado, comprendo de inmediato que no eran cuatro si no que eran seis los individuos que como cucarachas se alojaban en este lugar, deduzco quien era el jefe al ver su celular aún sostenido en su mano izquierda, todos ellos no tuvieron tiempo de desenfundar sus nueve milímetros, fueron sorprendidos por un torbellino, por una gran ballena, por una tromba marina, por un “Coloso de Rodas”, por “La Mole”…. Todo es un amasijo de sangre y masa encefálica, el fuerte olor es repugnante.
Me retiro, envaino mi cuchillo y me lo coloco en el cinturón, en la parte atrás de mi espalda y debajo de la camisa, salgo a la calle por la puerta de atrás como si nada hubiese sucedido.
Al rato la policía y los reporteros entraban al lugar y no daban crédito a sus ojos, no podían creer como toda la célula delictiva había sido aniquilada, como el peligro había pasado, como estos individuos ya no molestarían más a los ciudadanos honestos.
Al entrar en el edificio del frente a buscar mis cosas, me recibieron con un gran aplauso y unas palmaditas en el hombro, muchas caras de agradecimiento, mucho respeto, un tanto de distancia y un abultado sobre de manila lleno de billetes de alta denominación. Son tres de ellos con lentes oscuros quienes me escoltan al aeropuerto.
En estos momentos voy en mi asiento de avión rumbo a casa, muy afligido pues nunca había tenido una experiencia como esta, voy a casa dándole y dándole vueltas a la cabeza como la mujer del “exorcista”, pensando en “El Oso Otto” y su roja “Llave Inglesa”.
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