EL DRAGÓN CHINO EN LOS HERMANOS CHANG... UN ADELANTO.
Por Carlos Zerpa
¿QUIÉN ERA EL DRAGÓN CHINO?
Los dragones tienen fuego adentro, lo producen y luego lo vomitan. Se dice, que en verano, cuando el fuego interno es de muy alta temperatura, los dragones atacan a los elefantes. Esto lo hacen para beberles toda la sangre y calmar ese fuego interno, beben sangre de elefantes, que como nadie ignora, es muy fría.
A. Plinio
Libro Octavo de Historia Natural
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El anunciador, el popular Pepe Pedroza, prácticamente gritaba:
«¡Eeeeeen Eeeeeeestaaaa Esquiiiiiiiiiinaaaaaa Eeeeel Dragóooooon Chiiiiinooooo, con ciento diez kilooooos… y un cuarto!»
El Dragón Chino nos cuenta su historia: «Quise llamarme y tomar el símbolo del Dragón Chino, porque el dragón representa las fuerzas de la naturaleza y del universo. Puede habitar tanto en la tierra como en el cielo, en el agua como en el aire, hacerse invisible y mantenerse presente. Se le asocia con la sabiduría y la longevidad en todas las leyendas, rodeado siempre de la energía positiva y sobrenatural. Según las historias registradas en la cultura milenaria china, los seres humanos podían convertirse en dragones, en seres de luz, a través de la magia. Así se cuenta que un hombre, tras estudiar las magias, logró transformarse en un dragón al ingerir una perla. Yo también ingerí una perla negra de la isla de Margarita, me la tragué una semana antes de subirme al ring por primera vez con mi máscara y atuendo del Dragón Chino. Desde ese instante, mi mirada atraviesa muros y, si es necesario, puedo lanzar fuego por mi boca. Yo soy el Dragón. Me presenté por primera vez como luchador profesional el primero de febrero de 1959, en el Palacio de los Deportes en Caracas. Lo mío era la velocidad en la lucha y, desde mi llegada, las cosas comenzaron a cambiar en ese lugar, pues no estaba interesado en una lucha estilo sumo, de dos mastodontes gordos casi bailando bolero. La idea estaba en dar golpes aquí, vueltas allá, saltos mortales e intercambio de acciones, moviéndome más rápido que la propia intuición de mis oponentes. Me di cuenta rápidamente que la lucha era noble y que podía hacer cosas arriba del ring mucho mejores y más espectaculares que las que hacían los mejores luchadores de ese entonces. Me di cuenta que el mundo de los rudos era mi mundo, me di cuenta de quién era y de quién soy.
»El Dragón Chino soy yo, yo mismo me inventé y me convertí en mi propia invención. Lo de chino viene por mis ojos que son achinados. Cuando era joven, las chicas de mi barrio siempre me lo decían y se enamoraban de mí aun antes de ser luchador. Cuando decidí buscar mi nombre artístico, escogí, por lo terrible, al dragón, ese ser mitológico aterrador que echa fuego por sus fauces y es temido por todos. Por mis ojos chinos, unidos a la imagen del dragón, llegué al nombre que uso y que identifica al personaje que soy. Mi nombre de hombre civil ya no interesa, ¿a quién le importa cómo me llamo? Algunos dicen que mi nombre es Jorge, otros dicen que me llamo Carlos y otros Ling. Mi verdadero rostro es el de esta máscara, éste es mi verdadero semblante, me llamo el Dragón Chino y todos al verme comienzan a temblar, pues soy malo, rudo y el mejor sobre el entarimado.
»Los organizadores de las luchas inventaron otros dragones que pelearan para suplantarme, pero eran sólo peleles, monigotes, títeres a los que les pusieron una máscara y les asignaron ese nombre para emularme. Me daban lástima, porque no tenían personalidad, no era nada. El verdadero Dragón soy yo, y si me topaba con ellos en el ring, los despedazaba y desenmascaraba por falsos. Era el Bassil Battah que intentaba sacarme del juego y poner en mi lugar a otro Dragón más manejable que yo y que no lo opacara a él. Jajaja.
»Mi papel era el de ser en verdad muy rudo y yo trataba de hacerlo bien. Hago honor al apelativo popular de ser el “rey de los sucios” y, por supuesto, nunca faltaron los insultos, las ofensas y hasta agresiones personales contra mi persona provenientes de la fanaticada, entre quienes se encontraba Paulita, la madrina de los luchadores, que se hacía la señal de la cruz apenas me veía, (“Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor, del dragón Chino líbranos señor, Dios nuestro, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén”) como si al verme estuviese viendo al mismísimo diablo. ¡Jajajaja, cuando ella me veía me sacaba una cruz y yo cuando la veía le mostraba los dientes y le gruñía, grrrr!»
Sergio Lagardez Jr. opina: «Recordamos perfectamente su violencia, su rudeza, su extrema crueldad en el ring. Era raro que una pelea en la cual el Dragón participara no culminara en un derramamiento de sangre».
El Dragón Chino vuelve a traer sus recuerdos: «Como ya les dije, fue el primero de febrero de 1959 cuando por primera vez comencé a luchar en Venezuela, en el Palacio de los Deportes. El dólar estaba a 3,40 bolívares y la empresa podía pagarme muy bien. Yo era la estrella y ganaba buen dinero».
Las máscaras, el atavío, las batas, las túnicas y toda la imagen fueron diseñadas por el mismo Dragón. Su primera máscara la hizo el mismo, pero la confección futura las hizo siempre Wladimir Havriluk. El bordado de sus batas lo realizaron monjitas de un convento de clausura en Chile y también las monjas de la orden de San José de Tarbes de Venezuela. Ellas primero bordaron flores, faroles, nubes y rosas en el frente, pusieron mostacillas, canutillos y pedrerías; luego, un poco asustadas, los grandes dragones de las espaldas. Estas batas de satén rojo, azul marino, verde esmeralda o negro profundo eran la admiración de las mujeres, que las tocaban con sus dedos al pasar el luchador por la primera fila, como si se tratara de un santo, como si se tratara de un mago, de una divinidad. Paradójicamente, siempre alguien se las rompía, con odio se las destrozaban, el público o sus contrincantes se ensañaban contra ellas. Eran tan elegantes y bellas y aun así las hacían jirones. Luego los pedazos eran recogidos, se los llevaban los fanáticos a sus casas, como talismanes, como recuerdos, como amuletos, como cada pedazo fuese un souvenir. Recuerdo que en el Mercado Municipal de Valencia, en un puesto donde vendían yerbas curativas, plantas medicinales y cosas de santería, entre los talismanes, cruces de Caravaca, semillas de peonía y pepas de zamuro, vi en bolsitas hechas de papel celofán pedacitos de tela de seda y satén, rojos y azules celestes con fragmentos de bordados, pedazos de la bata del Dragón Chino como amuletos para el mal de ojo y otras maldiciones; digamos que como protección contra todo mal. Se decía que si llevabas dentro de tu cartera un pedazo de tela de seda de la bata del Dragón Chino, la abundancia económica y el éxito con las mujeres no se harían esperar.
El Dragón recuerda: «Es que desde pequeño siempre me gustaba lo mejor. Desde chiquitito mi madre me enseñó a andar limpio, bien arreglado. Siempre quería lo mejor para mí. Cuando comencé lo de la lucha, me dije: “Si debo usar capas, pues tengo que llamar la atención con las mejores. Me las mandé a hacer de terciopelo, tela de chifón y seda, con cara por ambos lados, todo un lujo».
Sergio Lagardez Jr. se pregunta: «¿Tuvo el Dragón alguna vez una interpelación, invitación o manifestación de curiosidad por parte de los chinos o de sus embajadores en Venezuela o el mundo? ¿Por qué lucía tanto lujo en el ring? ¿Por qué sus largas uñas las llevaba pintadas de negro a lo mandarín? ¿Por qué al caminar sus movimientos de pasos cortos con manos y brazos movidos eran en zigzag? Eso nunca lo sabremos».
El Dragón nos cuenta: «Recuerdo una vez que vino un grupo de chinos. Venían del medio diplomático a notificarme que era el invitado de honor de una comida que me habían hecho, a mí, al Dragón Chino. Hablaron con mi valet en francés. Decidí no acudir a la invitación y dejarlos plantados, yo era el Emperador».
Wilmer Ramos nos informa: «Hay gente que dice que el Dragón estaba en China en los tiempos convulsionados de las luchas políticas, y había sido objeto de una agresión muy fuerte, que le habían cortado la lengua y por lo tanto no podía hablar. Jajaja. Esto era una gran mentira, pues siempre lo escuchamos hablar en la televisión, profiriendo amenazas a sus rivales. Lengua tenía, y viperina».
Rocco Nocella asegura: «Al Dragón Chino, cuando se enfurecía, se le ponían los ojos todos rojos, la parte blanca roja, y el iris rojo también; era algo espeluznante. Lo que pasa es que como la televisión se veía en blanco y negro y él usaba máscara, no se le notaba. Pero el contrincante sí se daba cuenta. El que lo veía descubría que eran completamente rojos, inyectados de sangre como Drácula; por eso temblaban los que lo miraban».
Nos sigue contando el Dragón Chino: «El diseño de mis batas era mío. Recuerdo que los bordados de la primera que me hice fueron, paradójicamente, realizados por unas monjitas en Chile. No fue fácil persuadirlas, pues al parecer entreveían algo satánico en la figura del dragón que tenía que ir en la espalda; así que les mandé a bordar unas rosas en el frente y luego el resto. Esa primera bata era de terciopelo en doble faz con pedrerías orientales y con los mejores bordados que han visto mis ojos. Pero al igual que todas las otras batas, me las destrozaron aquí en Venezuela».
Raymundo Valentino Asad recuerda: «Lujoso equipo de batín al estilo mandarín y máscara con alegorías sugerentes de dragón. La Lucha Libre en Venezuela jamás conoció un peleador tan lujoso en sus atuendos».
(Esto es apenas un adelanto de Y EN ESTA ESQUINA… EL DRAGÓN CHINO / CUANDO LA LUCHA LIBRE ERA DE VERDAD VERDAD, magnífico libro de crónica y ficción que gira en torno a la vida de uno de los rudos más rudos de la lucha libre venezolana, toda una leyenda que debe ser recordada y traída de nuevo a nuestros tiempos. En esa labor se encuentra el maestro de las artes plásticas, Carlos Zerpa, quien se dedicó durante años a investigar y entrevistar a todos aquellos que saben y supieron de la lucha libre en Venezuela y, en especial, del gran Dragón Chino. Pronto el libro en Venezuela y en México... Vayan con Dios, amén).