Una aproximación al cuerpo de la performance en Venezuela
María Elena Ramos
Carlos Zerpa (1950)
ha transitado por las temáticas religiosas las hibrideces populares entre catolicismo y religiones paralelas, los valores patrios y los nacionalismos, la violencia política y !a violencia amorosa. Refiriéndose a su Ceremonia con Armas Blancas Nelson Oxman comenta: “Los objetos se han fetichizado al grado de convertirse en una felicidad enajenada (...) nuestro oficiante, se abre hacia el éxtasis, recuerda a su amada, la eterna ausente, el verdadero Dios que adora (...) y con voz salmódica inicia la lectura de una primera carta a este ser inalcanzable (...) Después procede un acto de lujuria, permitido y perdonado, porque al final de cuentas entra por el camino del amor. (...) entre lentes pono y cualquier artículo de consumo, extrae una vela con forma de mujer, una diminuta figura femenina a la que acaricia con su lengua ensalivada. No es farsa teatral, no hay engaños, ni trucos de prestidigitación, el coñac era coñac real, y a medida que ingirió lo que el público acostumbrado a la mentira entendió como té, se emborrachó (...) restañando sus heridas sentado sobre el excusado, resultaba la fiel imagen de un decadente individuo sumido en nuestra sociedad de consumo". (Revista del Coloquio Artes Visuales e identidad en América Latina, México, 1981, Pág. 113 y 114).
Si en este performance Zerpa se pone críticamente en la piel de muchos hombres que habitan entre el machismo, la sensiblería, el fetichismo, la violencia, en otros eventos donde el tema es la patria nos pone para la reflexión otra manera falsaria y farisaica del ser. Yo soy la Patria; Tres Tiempos para la Patria; Patriamorfosis; Señora Patria, sea usted bienvenida; Caliente-Caliente: Cuatro Momentos en la vida de la patria presentan lo que llama Elsa Flores Contra-rituales, "que aprovechan la estructura del rito, incluso una cierta actitud entre sacerdotal y shamánica, para ejercer una crítica acerba a los ídolos del patriotismo y del patrioterismo, a las instituciones, a los prejuicios, y sobre todo a las injusticias que la noción de patria permite y fomenta", (Introducción a la Obra de Carlos Zerpa, en catálogo Cada cual con su santo propio, Sala Ocre, Caracas, 19S1)
En esencia, a lo que apunta esencialmente la obra de Zerpa -y sus performances de manera descarnada- es a la falta de compromisos y verdades esenciales y al permanente disfraz de esta carencia: un disfraz que se necesita siempre excesivo en sensorialidades, para ocultar la ausencia de un centro verdadero; encubriendo, como si fuera amor a la patria, lo que tantas veces es sólo ausencia de entrega comprometida. Zerpa escenifica a personajes que critica, utiliza cajas y vitrinas que convierte en contra-altares (Elsa Flores, texto citado), pues invierte su sentido religioso por su sentido crítico.
Recreó armas y elementos de tortura para la relación placer-dolor El está fuera del juego, señalándolo, diciendo que esta sociedad es el amor-odio, la mano que acaricia y que, en la misma caricia, mata o desfigura. Pero él está también dentro. No parece aquí posible escapar a la violencia o pasar ileso. Y pareció superar la etapa de tenerle miedo al miedo cuando demostró la inestabilidad de la violencia, exagerándola y multiplicándola. Ya en sus cajas y acciones corporales de los años 70, donde tematizaba el objeto religioso fetichízado, sabíamos que no miraba lo religioso solamente desde fuera. No era un ateo, o libre pensador, artista-conceptual que simplemente reflexionaba sobre el discurso religioso, su banalízación y su comercialización. Zerpa era, más bien, sacrílego, en el sentido de criticar desde dentro. Era romántico y se arriesgaba. Al punto de que miembros de la comunidad y de la iglesia llegaron a enfrentársele.
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